viernes, 13 de septiembre de 2019

El inicio de la literatura europea: algo tan básico como un altercado en un bar

Philip Roth, The human stain, 2000 [trad. Jordi Fibla, La mancha humana]:
Por entonces Coleman había pasado en Athena la mayor parte de su vida académica. Era un hombre seductor, sociable, de ingenio agudo, con algo de guerrero y de hombre de ciudad que sabe aplicar su astucia al medio rural, en absoluto el prototípico profesor pedantesco de latín y griego (como lo demuestra el Club de Conversación Latina y Griega que creó, heréticamente, cuando era un joven docente). Su venerable curso general de literatura griega antigua traducida, conocido por DHM (siglas de «dioses, héroes y mitos»), gozaba de popularidad entre los estudiantes precisamente por lo que había de directo, franco, enérgico y nada académico en la conducta del profesor. 
—¿Sabéis cómo empieza la literatura europea? —preguntaba, tras haber pasado lista el primer día de clase—. Con una riña. Toda la literatura europea surge de una pelea. —Y entonces tomaba su ejemplar de la Ilíada y leía a la clase las primeras frases—: «Canta, diosa, del Peleida Aquiles la aciaga cólera… desde que una querella hubo de desunir a Agamenón, rey de los hombres, y al divino Aquiles». ¿Y por qué se pelean esos dos violentos y poderosos personajes? Es algo tan básico como un altercado en un bar. Se pelean por una mujer, una muchacha, en realidad. Una chica robada a su padre, raptada durante una guerra. Ahora bien, Agamenón prefiere mucho más a esta muchacha que a Clitemnestra, su esposa. «Clitemnestra no está tan bien como ella —dice—, ni por su rostro ni por su figura.» Esto expresa con suficiente franqueza por qué no quiere devolverla, ¿verdad? Cuando Aquiles exige a Agamenón que devuelva la muchacha a su padre, a fin de aplacar a Apolo, el dios que está violentamente airado por las circunstancias que rodean al rapto, Agamenón se niega: solo accederá si Aquiles le da su cautiva a cambio. De este modo vuelve a inflamar la cólera de Aquiles. Excitable Aquiles: el más irascible de los hombres violentos y explosivos que cualquier escritor haya tenido jamás el placer de retratar; sobre todo en lo que respecta a su prestigio y su apetito, la máquina de matar más hipersensible en la historia de la guerra. El famoso Aquiles, ofendido y enemistado por el menosprecio de que es objeto su honor. El grande y heroico Aquiles, que, mediante la fuerza de su furor al ser insultado (el insulto de no lograr que le entreguen a la muchacha), se aísla, se coloca en una posición desafiante al margen de la misma sociedad de la que es glorioso protector y que tiene una enorme necesidad de él. Una pelea, pues, una brutal pelea por una joven, por su cuerpo juvenil y las delicias de la rapacidad sexual: ahí, para bien o para mal, en esta ofensa contra el derecho fálico, la dignidad fálica, de un enérgico príncipe guerrero, es donde comienza la gran literatura imaginativa de Europa, y ese es el motivo de que, cerca de tres mil años después, hoy vayamos a empezar por ahí…

P.S.: en la novela de Roth, el profesor de clásicas Coleman Silk es acusado de racismo por hacer una pregunta en clase, al encontrarse en la quinta semana del segundo semestre, pasar lista y darse cuenta de que tenía dos alumnos que todavía no habían hecho acto de presencia en el aula. La situación es la siguiente:
—¿Conoce alguien a estos alumnos? ¿Tienen existencia sólida o se han hecho negro humo?
Al cabo de unas horas se sorprendió al ser llamado por su sucesor, el nuevo decano de la facultad, para comunicarle la acusación de racismo efectuada contra él por uno de los dos alumnos que no asistían a clase, el cual resultó ser de raza negra y, pese a estar ausente, se había enterado enseguida de la expresión con la que el profesor había planteado públicamente el problema de su ausencia.
—Me refería a su carácter posiblemente vaporoso —le dijo Coleman al decano—. ¿No le parece a usted evidente? Esos dos alumnos no han asistido a una sola clase, y lo único que sabía de ellos era que no estaban presentes. Utilicé la expresión corriente «hacerse humo» en el sentido de desaparecer, desvanecerse, y si añadí lo de «negro», fue sin ninguna intención, quizá porque había estado releyendo la Ilíada y me había quedado con el latiguillo: las negras naves, las negras olas, las negras entrañas… Al mencionar el humo, me salió con naturalidad lo de «negro humo». No tenía la menor idea de cuál era el color de la piel de esos chicos. De haber tenido la más ligera sospecha de que alguien podría tomárselo como un insulto personal, y puesto que soy muy meticuloso con respecto a las sensibilidades de los alumnos, jamás habría usado esa expresión. Tenga en cuenta el contexto: ¿alguien los ha visto o se han hecho humo? La acusación de racismo no se sostiene, es ridícula. Tanto mis colegas como mis alumnos saben que es ridícula. La cuestión, la única cuestión, es que esos dos alumnos faltaron a clase y que descuidaron el trabajo de una manera flagrante e inexcusable. Lo irritante de la acusación no es solo que sea falsa, sino que es de una falsedad espectacular.